¡A los leones! by Lindsey Davis

¡A los leones! by Lindsey Davis

autor:Lindsey Davis
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Historico, Intriga
publicado: 1998-01-01T00:00:00+00:00


XXXII

Habíamos desperdiciado la mejor parte del día.

—¡Por Júpiter! —se quejó Anácrites mientras yo tiraba de él ante el templo de Ceres, bajando del Aventino—. ¿Qué tiene de especial la muerte de un gladiador, Falco?

—No finjas que no lo entiendes. ¿Por qué te has molestado en contármelo si crees que es un suceso absolutamente natural? Rúmex era un gran luchador que estaba en plena forma. Era fuerte como una muralla.

—Tal vez cogió el mismo resfriado que tú.

—Rúmex lo hubiera asustado enseguida. —Yo mismo estaba dispuesto a olvidarme del catarro. La tráquea me ardía, pero intentaba contener la tos mientras corría. Helena me había echado por encima mi capa gala y un sombrero. Sobreviviría, a diferencia del favorito de los circos—. Esta fiebre no es mortal, Anácrites, por más que te guste pensar que, en mi caso, sí lo es.

—No seas injusto. —Tropezó con el bordillo de la acera, lo cual me provocó una sonrisa de satisfacción. Se había dado un golpe tan fuerte en el dedo gordo del pie que se le pondría negro. Salté las Escaleras Intermedias de tres en tres y él me siguió como pudo.

Una gran multitud se había congregado en los barracones. A ambos lados de la puerta, en hermosas urnas de piedra, habían colocado dos altos cipreses, perfectamente iguales. Allí un portero ceremonioso recibía pequeños tributos con un agradecimiento que parecía sincero, moviéndose con discreta eficiencia de un donante a otro. La multitud estaba formada básicamente por mujeres silenciosas, aunque ocasionalmente se oían sus llantos lastimeros.

El tiempo que yo guardé cama, lo aprovechó Anácrites para empezar la auditoría del imperio de Saturnino. Por el camino hasta los barracones me había contado que nuestro trabajo no estaba allí, sino en la oficina de un contable sospechosamente amable cuyo emplazamiento se encontraba en la otra punta de la ciudad. Eso no me sorprendió. Saturnino sabía todos los trucos sutiles necesarios para dificultarnos el trabajo. Sin embargo, la auditoría nos había dado derecho a entrar en cualquiera de sus propiedades. Por eso, cuando ordenamos que nos dejaran entrar en los barracones, nadie se atrevió a impedirlo.

Al otro lado de la puerta, en una mesa que desde la calle no se veía, unos gladiadores abrían los regalos de las mujeres. Los objetos de valor eran guardados cuidadosamente y lo que no servía se tiraba a un cubo.

Llevé a Anácrites por unos cuantos patios de entrenamiento hasta llegar a la celda en la que había vivido Rúmex. Los criados que habían coqueteado con Maya y Helena habían desaparecido. En su lugar encontramos a dos gigantones compañeros del muerto que montaban guardia ante una puerta cerrada a cal y canto.

—Lo siento mucho… —Adopté una expresión de duda, como si lo sucedido hubiera sido una inconveniencia para todos—. Estoy seguro de que no tiene nada que ver con nosotros, pero si, mientras realizamos una auditoría para el censo ocurre algo así, tenemos que registrar el escenario del…

Era mentira, claro.

Los individuos de anchas espaldas lucían taparrabos de cuero y no estaban acostumbrados a tratar con funcionarios perversos.



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